Sefarad y Cristobal Colon
PRELUDIO:
Para España la era moderna se
estrena con el matrimonio de los
Reyes católicos, don Fernando de
Aragón y doña Isabel de Castilla
en el año 1469. Es la simiente
del auge imperial. Por entonces
las agresividades bélicas de la
Reconquista han avanzado lo
suficiente para que el
territorio de la península se
considere unificado bajo ambas
coronas y emprender la final
ofensiva contra los sarracenos.
La fusión de ambos cetros en un
solo poder suscitará los elogios
de Nicolás Maquiavelo en "El
Principe", cuyo país, Italia,
todavía está fragmentado en
ducados, principados, condados,
amén de los feudos temporales de
los papas. Maquiavelo estima que
la unificación hispánica es un
modelo digno de ser imitado por
las naciones europeas.
El nacionalismo se ha apoderado
de los espíritus y surgen en el
Viejo Mundo los países más o
menos como hoy los conocemos. El
sentimiento de amor patrio se
expresará en los idiomas
locales, el derecho, la
precisión de fronteras,
literatura y música vernáculas y
la personalidad nacional
definida y fuerte dentro de la
comunidad de Estados. Así el
nacionalismo es una escala de
valores y manifestaciones que
compiten con los vecinos en una
carrera por el prestigio, el
poder y la riqueza. En el caso
de España la situación era
distinta al resto de los países
europeos. El país había sido un
crisol de culturas, una amalgama
de razas y estrecho contacto de
credos religiosos como no se
había visto en el mundo y que
probablemente no se dará más.
Las tres grandes religiones
monoteístas habían encontrado en
España arraigo y un bien común.
Cuando termina el siglo 15, a
aún 100 años antes, el panorama
de tolerancia y convivencia
cambia bruscamente y comienzan
los choques. Fernando e Isabel
saben que el empuje de la
restauración del catolicismo, al
menos el oficial, tendrá que
hacerse sacrificando buena parte
de la población. La política
real y la de sus consejeros es
precisa: a la unidad del
territorio ha de ir anexa la de
la fe.
Se comenzó así por los
musulmanes: el 2 de enero de
1492 las huestes cristianas
sitian y toman Granada, último
reducto árabe. La cruz ondea ya
sobre el Palacio de la Alhambra
en la torre de Comares. El rey
moro Boabdil se rinde y con los
suyos tomará la vía del exilio.
La caída de Granada contribuye
efectivamente a consolidar no
sólo la cruzada interna de fe,
sino que acrescienta el
prestigio de los regios esposos.
Ahora qué hacer con los judíos
quienes contribuyeron por mil
quinientos años al esplendor de
España? En astronomía, medicina,
comentarios talmúdicos
literatura, filosofía, finanzas,
auge económico, rudimentarios
oficios? Aparece la Inquisición,
el rechazo antisemita, la
intolerancia y desvalorización
del legado hebraico.
El 31 de marzo de 1492, luego de
intensas consultas pero también
de inconfesables presiones, los
reyes firman el Decreto de
Expulsión, otorgándoles
protección y un lapso de 3 meses
para liquidar sus bienes y otras
propiedades. Andrés Bernalaz,
cura del pueblo de los Palacios
vió pasar una de las tristes
procesiones que se encaminaban
hacia Portugal: "E los rabinos
hacían tañer panderos para
alegrar a la gente....nacían y
morían en el camino". El
fatídico Decreto dejaba abierta
una puerta, una opción más o tan
temible: podían quedarse los que
se convirtieran al catolicismo.
Muchos de los que se quedaron
optaron por la conversión pero
ello dió origen a un problema
más delicado. Fueron los
criptojudíos, marranos o
alboraicos. Los judaizantes que
así fueron llamados se
encontraron en los linderos de
dos mundos. Por un lado la
Sinagoga los tildaba de
apóstatas. Por el otro la
Iglesia les daba el nombre de
herejes. Si los vemos por el
sesgo cristiano constituyen una
quinta columna, un contingente
distinto dentro de las filas de
"cristianos viejos", un peligro
latente contra la ortodoxia, la
pureza de la fe e integridad del
catolicismo. Penetraron tan
hondamente las capas de la
sociedad que bien pronto los
hallamos como funcionarios
públicos, elegantes damas y
prestantes caballeros de corte,
prelados y obispos,
conquistadores de América,
banqueros, literatos y hasta
santos de la iglesia romana.
Portugal acogerá un segmento de
los proscritos, pero por corto
tiempo pues en 1947 el rey
Manuel, casado con princesa
española, decretará a su vez que
los israelitas deben irse o
renunciar a su herencia
milenaria. De esta suerte
aumenta la dispersión, se
complica y multiplica con creces
el asunto judaico: los
"cristaos-novos". Con el
descubrimiento de América,
España se eleva al rango de
potencia madre de nuevas tierras
en la Tierra, sin moros y sin
judíos pero con moriscos y
judaizantes, la península
azuzará la envidia y la codicia
de sus rivales: Portugal,
Inglaterra, Francia, Holanda y
Dinamarca. Los criptojudíos y
los criptoislámicos serán
elementos de mayor importancia
en el nuevo crecimiento.
VIDA DE LOS JUDIOS EN LA
ESPAÑA ANTES DE LA EXPULSION:
En la pequeña comunidad medieval
los judíos estaban organizados
como en una gran familia. A
medida que la comunidad fue
creciendo, las costumbres de
apoyo mutuo inmediato se
hicieron más difíciles de
mantener. Por lo tanto se
crearon asociaciones especiales.
Entre los artesanos, la piedad
religiosa era habitual, así se
crearon sociedades o cofradías
de "enterradores", "vigilia
nocturna", "los que van en pos
de la justicia"; "los que hacen
caridad", etc. El nombre común
de estas asociaciones era el de
Hebrá Kadishá; Santa Hermandad o
Santa Irmandade. Entre los
sefarditas la Hebrá es la
primera cosa que instituyen en
cada población, grande o
pequeña, donde se establecen y
sin excepción los miembros de la
sociedad llevan el sentimiento
del deber como son visitar a los
enfermos, sepultar a los
muertos, dotar a la novia,
apoyar a los necesitados, educar
a los jóvenes, rescatar a los
cautivos, etc. todo ello no por
vía de la caridad sino más bien
como obligación social.
Los judíos vivían entre árabes y
cristianos en la era medieval,
contribuyendo con un importante
aporte a la cultura hispánica.
Los judíos no fueron solo
tolerados en la España
cristiana, sino incluso bien
recibidos. Hacia los siglos X,
XI y XII los nuevos reinos
cristianos surgidos en el
proceso de reconquista contra
los árabes necesitan repoblar
territorios devastados por las
guerras. Era necesario promover
el comercio en las ciudades y
organizar la administración de
los territorios conquistados, la
sociedad cristiana estaba
formada fundamentalmente por
guerreros y campesinos, sin
experiencia ni gusto alguno por
la vida administrativa y el
comercio. Por esa misma época
los judíos huían de Al Andalus
(Andalucía) perseguidos por los
fanáticos almorávides primero, y
de los almohades más tarde. La
confluencia de todos estos
factores explica el rápido
repoblamiento de las aljamas del
centro y norte de España. Así
los judíos pueblan antiguas
juderías, dedicándose a las más
diversas labores, desde humildes
agricultores (Leon, La Rioja,
Guadalajara, Huesca, etc.) hasta
grandes financistas pasando por
una innumerable gama de oficios:
comercio, profesiones y
artesanías, etc. En una época
marcada por las persecuciones,
la mayor parte de los judíos
prefirieron dedicarse a
actividades que no supusieran
una dependencia excesiva de
bienes inmuebles difíciles o
imposibles de llevar consigo en
caso de alguna expulsión a los
que estaban secularmente
habituados.
En las juderías, aljamas o barrios judíos de la peninsula, el judío no quedaba totalmente aislado del mundo exterior; la Judería, a contrario del "ghetto" del centro y del norte de Europa, no era un lugar donde los judíos quedaban apartados del resto de la población. Las relaciones eran contínuas, no había cristiano que sintiera asco por ponerse en manos de un médico hebreo, ni rey que no atendiera las predicciones astronómicas de un rabino cabalista, ni obispo o canónigo que tuviera separo en dejarse cortar sus sotanas por sastres judíos, ni párroco que necesitase fumigar con sahumerios benditos los cálices o candelabros de altar labrados por orfebres de la aljama. Al judío respetable sus convecinos le llamaban Don o en su caso Rabí. Por lo general, sobre todo en las pequeñas ciudades, los judíos no llevaban vestimentas especiales que los distinguieran. Por el contrario, en otras partes de Europa, la exigencia de vestimenta distinta a todos los judíos era una infamante realidad. La judería se regía, dentro de su estricto recinto, por leyes propias. Cobraban sus impuestos, imponían justicia, juzgaban a los malhechores, excomulgaban, etc. con la más amplia autonomía dentro de su reducida jurisdicción. A partir del siglo XIV eran más frecuentes las asambleas de representantes de todas las aljamas del reino de Castilla, que en el siglo XV se convirtieron en una institución fija para el ordenamiento de los intereses comunes de la población judía. Estas asambleas tuvieron valor cohesionante y unificador preparatorio para la entonces futura diáspora de los sefaradíes. En una de ellas hacia 1432, se elaboró el Ordenamiento de Valladolid, modelo institucional que sirvió a los sefardies durante varias generaciones.
Los judíos tenían un status
jurídico especial:
Los judíos eran considerados
como Propiedad Real (el concepto
viene del "Servi Regis" de San
Agustin). Significaba que los
judíos eran súbditos directos
del Rey y se encontraban bajo su
protección. Si bien es cierto
que este factor fue motivo de
progreso de las juderías, sin
embargo en las revueltas
nobiliarias y populares contra
el poder real, siempre se
atacaba a los judíos antes que a
cualquier otro ciudadano,
precisamente por esto. Atacar la
judería era en los siglos XI y
XII lo mismo que atacar
directamente la propiedad del
soberano. El Rey transfería
derecho de "tener judíos" a
determinado grupo o institución;
algunas veces estas decisiones
reales iban en perjuicio más que
en beneficio de los habitantes
de la aljama. Existían dos
sectores sociales claramente
delineados, por un lado una
minoría poderosa "judíos
potestados", "la aristocracia" o
"las oligarquías familiares".
Estas pequeñas minorías
detentaban el poder en las
aljamas, eran cortesanos,
financistas, etc. que no se
vieron obligados a llevar ropas
o señales distintivas ni a
permanecer dentro de las
juderías. Por otro lado las
mayorías judías más humildes que
veían con simpatía a los judíos
en ascenso social, porque
obtenían de ellos mayor
protección. Más tarde, las
mayorías fustigan la vida
licenciosa de los cortesanos y
las tensiones sociales aparecen
dentro de la propia judería
debilitándola ante un mundo
exterior cada vez más hostil.
Indudablemente la situación de
los judíos en esta época era
muchísimo mejor en los reinos
hispanos que en el resto de
Europa, pero no obstante,
existía cierta sensación de
inseguridad, las tensiones
religiosas y raciales estaban
allí.
La hostilidad que comienza a
manifestarse en el siglo XIV por
parte de los cristianos hacia
los judíos tenía en sus raíces
elementos estrictamente
religiosos, a lo que agrega como
puntos de fricción la
participación de judíos en
tareas recaudatorias de
impuestos y la práctica del
préstamo usurario. Los judíos
recaudaban la mayoría de los
impuestos directos y de los
derechos aduaneros en la
Castilla del siglo XIV. Esta
actividad significaba para una
buena parte del pueblo gentil
que "era el judío, y no el rey,
o el señor, o el obispo, el que
cobraba los impuestos, el que le
estrujaba la economía, el que
daba la cara en el desagradable
oficio del que los poderosos se
habían librado limpiamente. El
ejercicio de la usura era una
práctica oficialmente fomentada,
este esquema constituyó el caldo
de cultivo más inmediato e
idóneo para fomentar el deporte
a la caza del hebreo. La
depresión económica general del
occidente europeo, la anarquía
polítidca en Castilla, la
prédica antisemita de los papas
de la época y de algunos
clérigos en particular, el
fervor anti-extranjero provocado
por las guerras de la
reconquista, unido a otras
varias causas que sería largo
enumerar, desembocaron en los
terribles disturbios del año
1391 en casi toda España cuando
comienza la declinación de las
juderías hasta la expulsión
ordenada un siglo después en
1492. Un tercio de la población
judía se convirtió, muchas veces
insinceramente, dando inicio la
problema de los conversos que
tanto trabajo le diera a la
Inquisición desde su inicio en
1481. La mayor parte de las
sinagogas se trocaron en
Iglesias. Frente a la
marginación general, la
comunidad judía se iba
identificando consigo misma,
reforzaba su propia identidad e
incluso, tal vez sin saberlo,
preparaba una futura
supervivencia, casi étnica. Los
sefardíes, los sefaradim, los
españoles que proclamarían
durante siglos, desde Holanda
Israel y desde Tunez a Danzig su
condición de judíos españoles
decididamente distintos en lo
social así como en lo cultural a
las comunidades hebreas del
norte de Europa.
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