Fue
en la época del Segundo Gran Templo en
Jerusalén, hace casi veintidós siglos,
cuando tuvieron lugar los eventos que
conmemoramos año tras año en Janucá.
El pueblo judío había regresado a la
Tierra de Israel del Exilio Babilónico,
y reconstruido el Gran Templo. Pero
siguieron sometidos a diversos poderes
imperiales. Primero el persa, y más
tarde los ejércitos conquistadores de
Alejandro Magno.
Con la muerte de Alejandro, su vasto
imperio fue repartido entre sus
generales. Tras una lucha por el poder
que abarcó a todas las naciones del
Medio Oriente, Israel se encontró bajo
el dominio de la dinastía seléucida,
reyes griegos que reinaban desde Siria.
Alejandro Se Inclina Ante el Sumo
Sacerdote
El Talmud cuenta que cuando Alejandro
Magno y sus legiones conquistadoras
avanzaron sobre Jerusalén, fueron
recibidos por una delegación de ancianos
liderados por Shimón "el Justo", el Sumo
Sacerdote. Cuando Alejandro vio
acercarse a Shimón, bajó de su caballo y
se arrodilló ante el Sabio judío.
Alejandro explicó a sus sorprendidos
hombres que cada vez que salía a la
batalla, tenía una visión. Un hombre muy
parecido al Sumo Sacerdote conducía sus
tropas a la victoria.
Como muestra de gratitud, y con un
profundo respeto por el poder espiritual
de los judíos, Alejandro fue un
gobernante bondadoso y generoso. Canceló
los impuestos judíos durante los Años
Sabáticos --cuando el trabajo agrícola
queda suspendido por orden bíblica--, y
hasta ofreció animales para ser
ofrendados en su beneficio en el Gran
Templo.
Desafortunadamente, la historia habría
de mostrar que los herederos de
Alejandro no sabrían sostener su
benevolencia.
El "Loco"
Si bien al comienzo la dominación
seléucida fue más bien benigna, pronto
habría de surgir un nuevo rey, Antíoco
IV, quien libraría una sangrienta lucha
contra los judíos, una lucha que
amenazaría no solamente sus vidas
físicas, sino también su existencia
espiritual misma.
En el curso de la dominación griega,
muchos judíos habían comenzado a abrazar
la cultura griega y su modo de vida
hedonista y pagano. Estos judíos
helenistas se convirtieron en garras
dispuestas para el plan de Antíoco de
borrar todo vestigio de la religión
judía. El Gran Templo fue invadido,
profanado, y sus tesoros saqueados. Un
gran número de inocentes fue masacrado,
y los supervivientes aplastados bajo el
peso de intolerables impuestos.
Antíoco colocó un ídolo de Zeus sobre el
sagrado altar, y obligó a los judíos a
arrodillarse ante él so pena de muerte.
Asimismo, prohibió a los judíos la
observancia de sus tradiciones más
sagradas, como el Shabat y la
circuncisión.
Antíoco hasta llegó a proclamarse dios a
sí mismo, tomando el nombre de "Antíoco
Epifanes" - el divino. Pero incluso sus
propios seguidores se burlaban de él,
llamándolo "Antíoco Epimanes" - el loco.
Jasón y Meneláos
Su
nombre judío era Yehoshúa. Pero lo
cambió, como lo hicieron muchos entre
los helenistas, a Jasón. Y ofreció a
Antíoco un generoso soborno para
destituir al Sumo Sacerdote y ser
nombrado él para el codiciado cargo. Era
el comienzo del final de la integridad
del sacerdocio del Templo.
El "Sumo Sacerdote" Jasón construyó un
gimnasio junto al Templo, y se dispuso a
corromper a sus correligionarios con
costumbres paganas y conductas
inmorales. Muy pronto otro judío
helenizado, Meneláos, superó a Jasón en
su propio juego y compró el Sumo
Sacerdocio con un soborno mayor,
financiado con los utensilios de oro
robados al Templo.
Jasón reunió entonces un ejército y
atacó a Meneláos en la Ciudad Santa,
asesinando a muchos de sus hermanos.
Antíoco interpretó esta escaramuza civil
como una revuelta contra su trono y
envió sus ejércitos a Jerusalén,
saqueando el Templo y asesinando a
decenas de miles de judíos. No fue la
primera vez, ni la última, que la
asimilación y la disputa trajeron
calamidades sobre el pueblo judío.
Momento Crucial
En cada ciudad y aldea se erigieron
altares con estatuas de los dioses y
diosas de grecia. Los soldados reunían a
los judíos y los forzaban a traer
ofrendas y a someterse a otros actos
inmorales usuales entre los griegos de
entonces. A medida que las tropas de
Antíoco hacían sentir más la presión de
su puño sobre la nación, los judíos
parecían incapaces de ofrecer
resistencia.
Fue en la pequeña aldea de Modiín, unas
milas al este de Jerusalén, donde un
aislado acto de heroismo hizo girar la
rueda y alteró el destino para siempre.
Matitiahu, el patriarca del clan
sacerdotal Jashmoneo, dio un paso al
frente para desafiar a los soldados
griegos y a aquellos dispuestos a sus
demandas. Apoyado por sus cinco hijos
atacó a las tropas, castigó a los
idólatras y destruyó los ídolos. Al
grito de"¡Mi laHashem eilái!"--¡Quienes
están con Di-s, que me sigan!"-- él y un
valiente grupo de partisanos
retrocedieron a los montes, donde
reunieron fuerzas para derribar la
opresión de Antíoco y sus colaboradores.
Guerra de Guerrillas
El
ejército de Matitiahu, ahora bajo el
mando de su hijo Iehudá Macabí, crecía a
diario en número y fuerza.
Con el slogan bíblicoMi
Kamoja Baelím, Hashem("¿Quién
es como Tú, Di-s, entre los poderosos?")
, iniciales deMaKaBI,
grabados en sus escudos, solían abatirse
sobre las tropas sirias cubiertos por la
noche y diezmar a sus opresores para
luego regresar a su campamento en las
montañas. Siendo apenas 6000 hombres,
derrotaron a un fuertemente armado
batallón de 47000 sirios.
Enfurecido, Antíoco envió un ejército
mayor aún, y en la milagrosa y decisiva
batalla de Bet Tzur, las tropas judías
resultaron victoriosas. De allí
avanzaron a Jerusalén, liberaron la
ciudad y recuperaron el Gran Templo.
Limpiaron de ídolos el Santuario,
reconstruyeron el altar y se prepararon
para reanudar el Servicio Divino.
El Milagro
Una parte central del servicio diario
del Templo era el encendido de las
brillantes lámparas del Gran Candelabro,
laMenorá.
Ahora, con el Templo a punto de ser
reinaugurado, sólo se encontró una
pequeña tinaja de aceite sagrado y puro,
con el sello del Sumo Sacerdote intacto.
Bastaba para un único día, y ellos
sabían que el especial proceso necesario
para preparar más aceite llevaría más de
una semana.
Sin dejarse amedrentar, con alegría y
gratitud, los Macabeos encendieron las
lámparas de la Menorá con la pequeña
cantidad de aceite y reinauguraron el
Gran Templo. Milagrosamente, como si
fuera una confirmación del poder de su
fe, el aceite no se consumió y las
llamas brillaron durante ocho días
completos.
Al año siguiente nuestros Sabios
proclamaron oficialmente la festividad
de Janucá como una celebración a
extenderse durante ocho días, como
evocación perpetua de esta victoria
contra la persecución religiosa.
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