Sefarad y Colón

LA DIASPORA SEFARDI: En la Península Española los judíos habían convivido con los romanos, con los invasores bárbaros y con los reyes visigodos, con los guerreros árabes, con los califas de occidente, con los reyes y monarcas cristianos de la Reconquista. Lo mismo figuraba en la corte de Granada un Samuel Ibn Nagrela como gran visir, que un Samuel Levy en la corte de Don Pedro I de Castilla. Antes de su dispersión, el judaísmo español había ofrecido los más altos valores en poesía religiosa, en exégesis bíblica, en filología hebraica, filosofía y ciencias puras y experimentales. En los siglos XII y XIII, la individualidad y la personaldiad empiezan a percibirse frente al carácter general y anónimo de la obra literaria antígua; el interés por los temas rebasa lo puramente religioso. El estudio de la filosofía y las ciencias, la naturaleza, la apreciación de la belleza del mundo y del hombre, la valoración de las ciencias humanas y el empeño por la armonización de lo religioso o suprarracional con lo científico o meramente racional, son rasgos nuevos, casi exclusivos de la cultura hebraica-española.

El esfuerzo generoso y constante de los hebreos españoles había llegado a todas las actividades humanas: fueron astrónomos, como Rabí Yag y Abraham ben David de Toledo,kcabalistas como Abraham Abulafia, Nahmánides y Elkana ben Yerobam ben Avigdor, comentaristas y expositores, como Abraham ben Meir y Moisés Ibn Esra; filósofos tan profundos como Maimónides. Abraham Bibao y Menasés ben Israel; gramáticos como Menahem ben Safuq de Tortosa; historiadores, como Abraham ben Samuel Hacuth, puristas como Bechai Haddi ben Asser Mechalaio. En la Academia de Córdoba, fraternizando árabes y judíos, encontramos a matemáticos como el sefardí malagueño Salomon Ibn Gabirol y a médicos como Hasdai ibn Shaprut (915-990 e.c.) y en Cataluña se destaca Abraham bar Hyya y en Castilla Abraham Bezra. Otras figuras notables son el médico Salomón ben Virga, los poetas Yehuda Halevy, Abraham Ibn Ezra, David Pekuda y Rabí Sem Tob de Carrión, junto a los Ibn Nagrela (993-1055), Ibn Pakuda (1040-1110) e Ibn Aderet (1235-1310), por no citar sino algunos. Algunos de ellos no tuvieron que ser expulsados de España sino que se convirtieron al cristianismo. Proclamada la expulsión, el inquisidor Torquemada prohibió mantener el menor contacto con los judíos. El rey Fernando confiscó las propiedades de los israelitas desterrados con el pretexto de garantizar el pago de las deudas supuestamente contraídas, así, la riqueza de los emigrantes se desvaneció por completo y hubieron de abandonar pobres el país amado hacia el exilio. En aquella hora desesperada, los rabinos exhortaron a la grey de Israel a permanecer fiel a su religión, ante los requerimientos bautismales de los dominicos, por orden de Torquemada, a cambio de la permanencia en el país. La voz de los Rabíes recordaba que D-os los había salvado otras veces en el pasado de situaciones muy difíciles. Al final consiguieron una prórroga de dos días para dejar España, partiendo el 2 de agosto, fecha esta que en el año 1492 coincidió con el 9 de Av (Tisha BeAv).En Portugal existía una comunidad judía antígua, numerosa y bien organizada. En el siglo XIV se dictaron leyes discriminatorias. Sin embargo, mejoró su situación en el siglo XV cuando el Rey Joao I permitió la llegada de los judíos españoles y toleró el retorno de los bautizados a su antigua fe. La mitad de los expulsados de España fue a Portugal alcanzando lugares muy destacados en la vida del país. A mediados de 1493 volvió a empeorar la situación y se les conminó a abandonar Portugal. Los que no lo hicieron fueron declarados esclavos del Rey. Hubo muchas conversiones forzosas. En diciembre de 1496 el Rey Manuel dictó un Edicto de Expulsión ordenando que los judíos abandonaran el país a fines de octubre de 1497 como fecha última. El edicto fue una farsa, pues las conversiones forzosas se produjeron en escala gigantesca sin precedentes y con absoluta eficiencia. Los que sobrevivieron al terror y se libraron de la conversión abandonaron Portugal en el transcurso de 1498. El fenómeno del cripto-judaísmo o marranismo se dió en Portugal en una escala mayor que en España. Los judíos portugueses se dirigieron hacia Brasil, el Norte de Africa, los Paises Bajos y Alemania principalmente.Al salir de España, los judíos sefarditas dejaron tras de sí muchas cosas, pero una se llevaron con ellos: la cultura española. Tanto es así que cuenta la leyenda que cuando el Sultán Bayaceto II (1481-1512) permitió la radicación de los sefardíes en sus territorios de Europa y Asia, exclamó: "dicen del Rey Fernando que es un monarca inteligente, pero lo cierto es que empobrece a su país mientras enriquece al mío". Al expatriarse, los sefarditas se dividieron en cinco corrientes: la primera cruzó el Mediterráneo y se estableció en Marruecos, pasando de allí a los demás países norafricanos en donde ya existian núcleos de sefarditas acogidos en tiempos de persecuciones. La segunda tomó el camino de Italia radicándose junto a las viejas comunidades de Roma, Nápoles, Venecia y Ancona, la tercera muy numerosa se dirigió a Turquía, país musulmán que no tenía prejuicios contra los judíos, la cuarta hacia Portugal y la quinta se dirigío a América donde la historia del Nuevo Mundo ha estado ligada a los judíos. Presentes estos en todos los acontecimientos de la vida española del siglo XV. A pesar de las prohibiciones y del riguroso control que entonces se ejercía, muchos judíos y marranos llegaron a las nuevas colonias españolas para empezar una nueva vida. Un nuevo mundo había sido descubierto y aquellos que soñaban con la libertad tenían sus esperanzas puestas en él. Pero nuevamente, la gran esperanza de poder vivir en paz lejos de la intolerancia que azotaba a Europa quedó insatisfecha. El brazo de la Inquisición también hacía su aparición en estas lejanas tierras y la Orden de San Benito, la horca y la hoguera seguían condecorando el pecho, el cuello y el cuerpo de aquellos que querían conservar su religión judía y sus tradiciones en la América española. Diferente fué la suerte de los judíos portugueses emigrados a Brasil, allí podían profesar su fe con más libertad que en la propia patria. Por ello, desde las primeras horas de su descubrimiento en 1500, encontramos allí colonias judías importantes dedicadas a la plantación de la caña de azúcar, el algodón, tabaco y arroz. Pero esta tranquilidad dura poco y en 1579 la ola de procesos inquisitoriales y confiscaciones de bienes también se extiende al Brasil, durando hasta el año 1624, fecha en que se produce un cambio en esta situación: Los Países Bajos consiguen la libertad nacional y religiosa y penetran en Brasil. Bajo su soberanía se estableció la libertad y por consiguiente una gran corriente de emigrantes del Viejo Mundo se dirigen a Recife, Pernambuco y otras ciudades donde establecen florecientes colonias. Sin embargo la dominación holandesa en Brasil apenas dura 30 años y su final pone en movimiento nuevamente a estos grupos judíos que se esparcen y van fundando nuevas comunidades, asentandose principalmente en las posesiones inglesas, francesas y holandesas de las Antillas y las Guayanas, y hasta Norteamérica. Aparecen así colonias judías en Curazao, Jamaica y Cayena, en Santo Domingo, Martinica y Guadalupe. Y luego los encontramos en Nueva York, -para entonces conocida como New Amsterdam-, Saint Thomas, Haití, St. Kitts, Surinam y Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Coro, Puerto Cabello, Maracaibo y Barcelona. Fué esta la forma como los judíos sefarditas -descendientes de los expulsados de España y Portugal, que no quisieron convertirse al cristianismo- y los marranos, conversos también llamados cristianos nuevos, llegaron y se establecieron en los países de América. En los casi 500 años de la diáspora sefardí, son muchos los cambios sufridos por ella. Dentro del marco general del judaísmo, los judíos sefardíes fueron creadores de una alta espiritualidad, hasta el punto de que en ella se encuentran los orígenes de las dos grandes directrices del judaísmo universal posterior: el racionalismo creado por Maimónides, base de la actitud de los "mitnaggedim" alemanes, y el misticismo, mejor llamado ascetismo moral de la Cábala práctica que arrancando con Moshé de Leon, autor del Zohar, nutre la escuela mística de Safed con un Cordovero, un Vital, un Luria, para desembocar en el fecundo Jasidismo de Polonia y Rusia, de aportación decisiva para la espiritualidad judáica moderna.

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