Dios
extiende Su mano más allá de nuestras
estrécheses, enemistades e indiferencias:
precisamente ahora, cuando el Medio Oriente está
al borde de la guerra, cuando los conflictos
desgarran a israelíes y árabes palestinos por
igual, cuando el Occidente, de tradición
cristiana, vacila entre unos y otros, coinciden
en el tiempo tres fechas absolutamente
singulares para los hijos materiales y
espirituales de Abraham: Hanukáh, Navidad y
Ramadán.
LAS
LUCES DE DICIEMBRE
(oración ecuménica)
por
Lourdes Rensoli Laliga
No veamos
casualidades en ello. No existen, aunque algunos lo crean. Es
posible que se trate de un llamado a la cordura y al verdadero
diálogo, a la revalorización de nuestros conflictos y a la
reconciliación. Las tres ramas del árbol de la fe monoteísta
deben fructificar y no quebrarse, porque el tronco y la raíz son
los mismos: el Unico, el Todopoderoso, el Justiciero y
Misericordioso.
Las
luces de Hanukáh, que entre otras maravillas
anuncian el poder infinito de la Fe, multiplicado en
la materia, podrían ser tomadas como una tradición
más, sin carne y sangre, cuya realidad se desdibuja.
La Navidad, el nacimiento de la Esperanza, ya se ha
convertido para muchos en un pretexto para el
consumismo desenfrenado.
El Ramadán, mes de
Caridad y solidaridad con los que nada tienen, de alegría del
espíritu que domina al cuerpo, equivale en ciertas mentes a un
llamado a la guerra sin cuartel.
Torpe e
irreflexivamente, continuamos nuestro camino hacia
la destrucción. La de todos. Porque aun quien,
hipotéticamente, lograra sobrevivir o triunfar desde
el punto de vista humano, se haría culpable del mal
de los otros, y sufriría tan profundos e
irreparables daños espirituales que nunca volvería a
ser el mismo, que se vería apartado para siempre del
regalo que el Unico ha querido otorgarnos, aunque
una y otra vez lo rechacemos para correr en pos de
fantasmas: la Felicidad, la verdadera, esa que nace
de lo más profundo del alma, esa que sabe bendecir a
Dios en la miseria, aunque luche por erradicarla, y
que en medio de la abundancia, tiene conciencia del
carácter pasajero de los bienes terrenales y los
disfruta sin apego.
Quiera el Señor de
todos que estas fiestas que se entrecruzan y confluyen nos guíen
por la senda de la Vida, que abran nuestros ojos a las verdades
del Espíritu, que propicien la reconciliación. No importa que
por hablar así nos tilden de idealistas o de locos. La Fe que
compartimos, aunque difieran los modos concretos de vivirla,
exige que nuestros pies se arraiguen en la tierra, pero nuestras
miradas apunten siempre hacia lo Alto.
Meditemos,
celebremos, cambiemos nuestro rumbo. Que El acepte nuestras
oraciones y obras en estos días y siempre.
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