En la Guemará que forma parte
del Talmud (leyes más
detalladas que la Torá, que
cubren aspectos de la vida
cotidiana) hay una vieja
leyenda que dice que un señor
quiso convertirse al judaísmo
y se dirigió con este fin al
maestro Shamai, uno de los
grandes sabios y le dijo: “Me
convierto al judaísmo si me
enseñas toda la Torá mientras
estoy parado sobre un pie”.
El maestro se encolerizó y lo
expulsó amenazándolo con una
vara.
Fue y visitó al maestro Hilel,
que tenía carácter más
apacible y le planteó el mismo
tema. Le dijo Hillel: “Todo
aquello que es odiado por ti,
no lo hagas a tu prójimo, eso
es toda la Torá, el resto no
es más que una explicación”.
Así parafraseaba al Levítico
19:18, en un lenguaje negativo
y quizás más sencillo.
También el sabio judío más
famoso del siglo II de la era
común, el rabino Akiba,
afirmaba que el principio más
grande de la Biblia era el
versículo de Levítico 19,18:
“y ama a los otros como para
ti mismo”. Para subrayar que
eso hacía referencia a todos
los seres humanos, Ben Azzai,
coetáneo de Akiba, insistía en
que el principio más grande se
tenía que ver a la luz del
hecho de que todos los seres
humanos habían sido creados a
imagen de Dios.
Hay un famoso cuento judío con
el que un eminente rabino
hasídico explicaba cómo había
aprendido las auténticas
implicaciones del amor al
prójimo, escuchando la
conversación siguiente entre
dos borrachos:
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-¿Me quieres, Iván?
-Claro que te quiero, Boris.
-¿Sabes qué me hace daño,
Iván?
-¿Cómo puedo saber qué te hace
daño, Boris?
-¿Si no sabes qué me hace
daño, Iván, como puedes
quererme?
El versículo al que estamos
haciendo referencia (Vayikrá o
Levítico, 19:18) dice: “No te
vengarás o guardarás rencor
contra los hijos de tu pueblo.
Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Yo soy Dios”.
Existen maestros que se
preguntan: ¿por qué están
estos conceptos diferentes
unidos en el mismo versículo?
¿Por qué la Regla de oro
(amarás a tu prójimo como a ti
mismo) -y todo lo que implica
con referencia al amor- tiene
que verse rodeada de la mala
compañía del instinto de la
venganza y el rencor?
Para explicarlo, existe una
historia cuyo autor no se
conoce. Se cuenta sobre un
campesino ruso que nunca había
salido de su pequeña y aislada
aldea, ni siquiera hacia las
aldeas vecinas, que de repente
tuvo la oportunidad de ir y
conocer la gran ciudad
capital, Moscú. Así fue como
llegó a un gran hotel con la
ropa y los zapatos llenos de
barro, luciendo totalmente
fuera de lugar. De cualquier
manera, el recepcionista lo
recibió como a cualquier otro
huésped y le asignó una
habitación en el último piso.
Con la llave y sus pocas
posesiones en mano se dirigió
hacia las escaleras, preparado
para su larga subida. En el
primer piso había un espejo
gigante. El hombre, que nunca
antes se había visto en un
espejo y ni siquiera sabía lo
que era eso, de repente estaba
impresionado y asustado por la
imponente figura delante de
él. Hizo algunos movimientos
para asustarlo y hacerlo irse,
sólo para darse cuenta que la
figura en el espejo lo
amenazaba y le gritaba lo
mismo.
Corrió hasta el próximo piso,
sólo para enfrentar al gigante
de nuevo, mientras le dirigía
miradas de rabia y casi
queriendo pegarle. En el
tercer piso, se acercaron
tanto que estuvieron nariz
contra nariz y se insultaron
mutuamente mientras la rabia
crecía dentro de “los dos”.
Dándose cuenta que no había
para dónde huir de esa bestia
de persona que lo estaba
molestando tanto en el hotel,
el campesino volvió corriendo
a la recepción y le reclamó al
recepcionista. Después de
haberle dado una completa
descripción del hombre que lo
estaba molestando, el
recepcionista entendió que
había identificado al supuesto
enemigo, y que éste no era
otro sino el “hombre del
espejo”. Para que el campesino
no se sintiera avergonzado y
para aplacar su hostilidad, el
recepcionista le ofreció un
simple consejo.
Le dijo: “La persona con la
que te encontraste está aquí
para defender a los huéspedes.
La verdad es que no te va a
hacer ningún daño. Si le
demuestras una actitud ruda,
él hará lo mismo, pero si
cuando te lo encuentres le das
una sonrisa y continúas tu
camino, él también te sonreirá
y seguirá haciendo su trabajo.
Espero que disfrutes del resto
de tu estadía”. Eso fue lo que
hizo el campesino, y eso fue
exactamente lo que sucedió.
El rey Salomón nos dice en sus
parábolas: “Como el reflejo de
la cara en el agua, así es el
corazón de un hombre hacia
otro”. La Torá nos está dando
un consejo similar al del
recepcionista en cuanto a
nuestras relaciones con las
personas. Para romper el ciclo
de rabia y resentimiento, se
necesita a alguien que esté
buscando activamente amistad y
paz y que todo el tiempo
muestre buena voluntad.
Para concluir, los sabios nos
dicen que la Torá tenía dos
grandes fundamentos: uno, el
amor a Dios, y el otro, éste
que se acaba de mencionar. Los
dos son los grandes pilares
del pueblo judío. Pero con un
agregado: la acción. Sin la
acción del amor a Dios, sin la
acción del amor al prójimo,
toda la Torá carece de
contenido. Se convierte en una
mera declamación. El Talmud
Jerusalemita en Jaguija 1:7
dice: “Mejor que ellos (los
hijos de Israel) Me abandonen
pero sigan Mis leyes, porque
viviendo de acuerdo con Mis
leyes vendrán a Mi”.
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