Sefarad y Cristobal Colon

 

 

sefarad havdala Celebrando Havdala en España Siglo 14
 

 

 

PRELUDIO

VIDA DE LOS JUDIOS EN LA ESPAÑA ANTES DE LA EXPULSION

Ir a:Los judíos tenían un status jurídico especial

LA DIASPORA SEFARDI

LA INQUISICION - El destierro o la muerte

APORTE CULTURAL SEFARDI A LA LITERATURA POST-BIBLICA

FISOLOFIA SEFARDI

LITERATURA PROFANA SEFARDI

EL JUDEO-ESPAÑOL, EL LADINO Y LA HAKETIA

EL MATIZ HEBREO EN LA LENGUA CASTELLANA

UN CONVERSO CON CRISTOBAL COLON

LAS COMUNIDADES MARROQUIES EN AMERICA. Primera Etapa, España-Marruecos

Ir a:Segunda Etapa, Marruecos-América

Ir a:Los judios marroquíes en los Estados Unidos de América

Ir a:Judíos marroquíes en Brasil

Ir a:Judíos marroquíes en Perú

Ir a:Judíos marroquíes en Venezuela

Ir a:Judíos marroquíes en Canadá

Ir a:Judíos marroquíes en Argentina

CONCLUSION

 

PRELUDIO: Para España la era moderna se estrena con el matrimonio de los Reyes católicos, don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla en el año 1469. Es la simiente del auge imperial. Por entonces las agresividades bélicas de la Reconquista han avanzado lo suficiente para que el territorio de la península se considere unificado bajo ambas coronas y emprender la final ofensiva contra los sarracenos. La fusión de ambos cetros en un solo poder suscitará los elogios de Nicolás Maquiavelo en "El Principe", cuyo país, Italia, todavía está fragmentado en ducados, principados, condados, amén de los feudos temporales de los papas. Maquiavelo estima que la unificación hispánica es un modelo digno de ser imitado por las naciones europeas.

El nacionalismo se ha apoderado de los espíritus y surgen en el Viejo Mundo los países más o menos como hoy los conocemos. El sentimiento de amor patrio se expresará en los idiomas locales, el derecho, la precisión de fronteras, literatura y música vernáculas y la personalidad nacional definida y fuerte dentro de la comunidad de Estados. Así el nacionalismo es una escala de valores y manifestaciones que compiten con los vecinos en una carrera por el prestigio, el poder y la riqueza. En el caso de España la situación era distinta al resto de los países europeos. El país había sido un crisol de culturas, una amalgama de razas y estrecho contacto de credos religiosos como no se había visto en el mundo y que probablemente no se dará más.

Las tres grandes religiones monoteístas habían encontrado en España arraigo y un bien común. Cuando termina el siglo 15, a aún 100 años antes, el panorama de tolerancia y convivencia cambia bruscamente y comienzan los choques. Fernando e Isabel saben que el empuje de la restauración del catolicismo, al menos el oficial, tendrá que hacerse sacrificando buena parte de la población. La política real y la de sus consejeros es precisa: a la unidad del territorio ha de ir anexa la de la fe.

Se comenzó así por los musulmanes: el 2 de enero de 1492 las huestes cristianas sitian y toman Granada, último reducto árabe. La cruz ondea ya sobre el Palacio de la Alhambra en la torre de Comares. El rey moro Boabdil se rinde y con los suyos tomará la vía del exilio. La caída de Granada contribuye efectivamente a consolidar no sólo la cruzada interna de fe, sino que acrescienta el prestigio de los regios esposos. Ahora qué hacer con los judíos quienes contribuyeron por mil quinientos años al esplendor de España? En astronomía, medicina, comentarios talmúdicos literatura, filosofía, finanzas, auge económico, rudimentarios oficios? Aparece la Inquisición, el rechazo antisemita, la intolerancia y desvalorización del legado hebraico.

El 31 de marzo de 1492, luego de intensas consultas pero también de inconfesables presiones, los reyes firman el Decreto de Expulsión, otorgándoles protección y un lapso de 3 meses para liquidar sus bienes y otras propiedades. Andrés Bernalaz, cura del pueblo de los Palacios vió pasar una de las tristes procesiones que se encaminaban hacia Portugal: "E los rabinos hacían tañer panderos para alegrar a la gente....nacían y morían en el camino". El fatídico Decreto dejaba abierta una puerta, una opción más o tan temible: podían quedarse los que se convirtieran al catolicismo. Muchos de los que se quedaron optaron por la conversión pero ello dió origen a un problema más delicado. Fueron los criptojudíos, marranos o alboraicos. Los judaizantes que así fueron llamados se encontraron en los linderos de dos mundos. Por un lado la Sinagoga los tildaba de apóstatas. Por el otro la Iglesia les daba el nombre de herejes. Si los vemos por el sesgo cristiano constituyen una quinta columna, un contingente distinto dentro de las filas de "cristianos viejos", un peligro latente contra la ortodoxia, la pureza de la fe e integridad del catolicismo. Penetraron tan hondamente las capas de la sociedad que bien pronto los hallamos como funcionarios públicos, elegantes damas y prestantes caballeros de corte, prelados y obispos, conquistadores de América, banqueros, literatos y hasta santos de la iglesia romana. Portugal acogerá un segmento de los proscritos, pero por corto tiempo pues en 1947 el rey Manuel, casado con princesa española, decretará a su vez que los israelitas deben irse o renunciar a su herencia milenaria. De esta suerte aumenta la dispersión, se complica y multiplica con creces el asunto judaico: los "cristaos-novos". Con el descubrimiento de América, España se eleva al rango de potencia madre de nuevas tierras en la Tierra, sin moros y sin judíos pero con moriscos y judaizantes, la península azuzará la envidia y la codicia de sus rivales: Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca. Los criptojudíos y los criptoislámicos serán elementos de mayor importancia en el nuevo crecimiento.

VIDA DE LOS JUDIOS EN LA ESPAÑA ANTES DE LA EXPULSION: En la pequeña comunidad medieval los judíos estaban organizados como en una gran familia. A medida que la comunidad fue creciendo, las costumbres de apoyo mutuo inmediato se hicieron más difíciles de mantener. Por lo tanto se crearon asociaciones especiales. Entre los artesanos, la piedad religiosa era habitual, así se crearon sociedades o cofradías de "enterradores", "vigilia nocturna", "los que van en pos de la justicia"; "los que hacen caridad", etc. El nombre común de estas asociaciones era el de Hebrá Kadishá; Santa Hermandad o Santa Irmandade. Entre los sefarditas la Hebrá es la primera cosa que instituyen en cada población, grande o pequeña, donde se establecen y sin excepción los miembros de la sociedad llevan el sentimiento del deber como son visitar a los enfermos, sepultar a los muertos, dotar a la novia, apoyar a los necesitados, educar a los jóvenes, rescatar a los cautivos, etc. todo ello no por vía de la caridad sino más bien como obligación social.

Los judíos vivían entre árabes y cristianos en la era medieval, contribuyendo con un importante aporte a la cultura hispánica. Los judíos no fueron solo tolerados en la España cristiana, sino incluso bien recibidos. Hacia los siglos X, XI y XII los nuevos reinos cristianos surgidos en el proceso de reconquista contra los árabes necesitan repoblar territorios devastados por las guerras. Era necesario promover el comercio en las ciudades y organizar la administración de los territorios conquistados, la sociedad cristiana estaba formada fundamentalmente por guerreros y campesinos, sin experiencia ni gusto alguno por la vida administrativa y el comercio. Por esa misma época los judíos huían de Al Andalus (Andalucía) perseguidos por los fanáticos almorávides primero, y de los almohades más tarde. La confluencia de todos estos factores explica el rápido repoblamiento de las aljamas del centro y norte de España. Así los judíos pueblan antiguas juderías, dedicándose a las más diversas labores, desde humildes agricultores (Leon, La Rioja, Guadalajara, Huesca, etc.) hasta grandes financistas pasando por una innumerable gama de oficios: comercio, profesiones y artesanías, etc. En una época marcada por las persecuciones, la mayor parte de los judíos prefirieron dedicarse a actividades que no supusieran una dependencia excesiva de bienes inmuebles difíciles o imposibles de llevar consigo en caso de alguna expulsión a los que estaban secularmente habituados.

En las juderías, aljamas o barrios judíos de la peninsula, el judío no quedaba totalmente aislado del mundo exterior; la Judería, a contrario del "ghetto" del centro y del norte de Europa, no era un lugar donde los judíos quedaban apartados del resto de la población. Las relaciones eran contínuas, no había cristiano que sintiera asco por ponerse en manos de un médico hebreo, ni rey que no atendiera las predicciones astronómicas de un rabino cabalista, ni obispo o canónigo que tuviera separo en dejarse cortar sus sotanas por sastres judíos, ni párroco que necesitase fumigar con sahumerios benditos los cálices o candelabros de altar labrados por orfebres de la aljama. Al judío respetable sus convecinos le llamaban Don o en su caso Rabí. Por lo general, sobre todo en las pequeñas ciudades, los judíos no llevaban vestimentas especiales que los distinguieran. Por el contrario, en otras partes de Europa, la exigencia de vestimenta distinta a todos los judíos era una infamante realidad. La judería se regía, dentro de su estricto recinto, por leyes propias. Cobraban sus impuestos, imponían justicia, juzgaban a los malhechores, excomulgaban, etc. con la más amplia autonomía dentro de su reducida jurisdicción. A partir del siglo XIV eran más frecuentes las asambleas de representantes de todas las aljamas del reino de Castilla, que en el siglo XV se convirtieron en una institución fija para el ordenamiento de los intereses comunes de la población judía. Estas asambleas tuvieron valor cohesionante y unificador preparatorio para la entonces futura diáspora de los sefaradíes. En una de ellas hacia 1432, se elaboró el Ordenamiento de Valladolid, modelo institucional que sirvió a los sefardies durante varias generaciones.

Los judíos tenían un status jurídico especial: Los judíos eran considerados como Propiedad Real (el concepto viene del "Servi Regis" de San Agustin). Significaba que los judíos eran súbditos directos del Rey y se encontraban bajo su protección. Si bien es cierto que este factor fue motivo de progreso de las juderías, sin embargo en las revueltas nobiliarias y populares contra el poder real, siempre se atacaba a los judíos antes que a cualquier otro ciudadano, precisamente por esto. Atacar la judería era en los siglos XI y XII lo mismo que atacar directamente la propiedad del soberano. El Rey transfería derecho de "tener judíos" a determinado grupo o institución; algunas veces estas decisiones reales iban en perjuicio más que en beneficio de los habitantes de la aljama. Existían dos sectores sociales claramente delineados, por un lado una minoría poderosa "judíos potestados", "la aristocracia" o "las oligarquías familiares". Estas pequeñas minorías detentaban el poder en las aljamas, eran cortesanos, financistas, etc. que no se vieron obligados a llevar ropas o señales distintivas ni a permanecer dentro de las juderías. Por otro lado las mayorías judías más humildes que veían con simpatía a los judíos en ascenso social, porque obtenían de ellos mayor protección. Más tarde, las mayorías fustigan la vida licenciosa de los cortesanos y las tensiones sociales aparecen dentro de la propia judería debilitándola ante un mundo exterior cada vez más hostil. Indudablemente la situación de los judíos en esta época era muchísimo mejor en los reinos hispanos que en el resto de Europa, pero no obstante, existía cierta sensación de inseguridad, las tensiones religiosas y raciales estaban allí.

La hostilidad que comienza a manifestarse en el siglo XIV por parte de los cristianos hacia los judíos tenía en sus raíces elementos estrictamente religiosos, a lo que agrega como puntos de fricción la participación de judíos en tareas recaudatorias de impuestos y la práctica del préstamo usurario. Los judíos recaudaban la mayoría de los impuestos directos y de los derechos aduaneros en la Castilla del siglo XIV. Esta actividad significaba para una buena parte del pueblo gentil que "era el judío, y no el rey, o el señor, o el obispo, el que cobraba los impuestos, el que le estrujaba la economía, el que daba la cara en el desagradable oficio del que los poderosos se habían librado limpiamente. El ejercicio de la usura era una práctica oficialmente fomentada, este esquema constituyó el caldo de cultivo más inmediato e idóneo para fomentar el deporte a la caza del hebreo. La depresión económica general del occidente europeo, la anarquía polítidca en Castilla, la prédica antisemita de los papas de la época y de algunos clérigos en particular, el fervor anti-extranjero provocado por las guerras de la reconquista, unido a otras varias causas que sería largo enumerar, desembocaron en los terribles disturbios del año 1391 en casi toda España cuando comienza la declinación de las juderías hasta la expulsión ordenada un siglo después en 1492. Un tercio de la población judía se convirtió, muchas veces insinceramente, dando inicio la problema de los conversos que tanto trabajo le diera a la Inquisición desde su inicio en 1481. La mayor parte de las sinagogas se trocaron en Iglesias. Frente a la marginación general, la comunidad judía se iba identificando consigo misma, reforzaba su propia identidad e incluso, tal vez sin saberlo, preparaba una futura supervivencia, casi étnica. Los sefardíes, los sefaradim, los españoles que proclamarían durante siglos, desde Holanda Israel y desde Tunez a Danzig su condición de judíos españoles decididamente distintos en lo social así como en lo cultural a las comunidades hebreas del norte de Europa.

 

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