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Historia completa de PURIM

Asuero (Ajashverosh) asciende al trono de Persia

(extraída de "Historia Completa de Purim", por Nisan Mindel © Merkos Línyonei Chinuch, Inc. - Jabad Lubavitch)

"...Y aconteció en los días del rey Ajashverosh..." (Libro de Esther 1:1)

Hace más de dos milenios (en el año 3392 de la Creación del mundo), ascendió al trono de Persia el rey Ajashverosh. No siendo heredero legítimo del trono, supo conquistar, no obstante, la admiración del pueblo merced a sus riquezas y a su poderío, y de esa manera afianzó su gobierno en toda la extensión del territorio persa. Libró muchas guerras afortunadas, hasta que llegó a reinar sobre un vasto imperio de 127 naciones, que se extendía desde la India hasta Etiopía.

El pueblo de Persia, impresionado ya con las riquezas del rey Ajashverosh, quedó aún más admirado al conocerse su matrimonio con Vasti, hija del rey babilonio Baltasar y nieta del entonces poderoso amo del mundo, Nabucodonosor. El pueblo estaba decididamente convencido que la dinastía del Nabucodonosor habría de reinar indefinidamente.

El rey Ajashverosh gobernaba con mano férrea; no dudaba en perseguir a aquéllos cuya traición sospechaba. Los enemigos disimulados de Judá, los samaritanos y los amonitas, que encabezaron un movimiento para abolir el decreto imperial persa del rey Ciro que permitía reconstruir a los judíos el Santo Templo de Jerusalén, se aprovecharon de la situación. En efecto, sobornaron a los administradores persas designados para gobernar en Judá y países vecinos, a fin de que esparcieran en la corte persa el rumor de que con la reconstrucción de su Templo los judíos intentaban rebelarse y librarse por completo de la autoridad persa. Sabiendo que ninguna ley podía ser anulada sin el consentimiento del rey, estos inescrupulosos samaritanos decidieron recurrir a la mentira y declarar que los judíos no sólo estaban reedificando el Templo, sino también reconstruyendo las murallas fortificadas en torno a la ciudad que había demolido Nabucodonosor, el conquistador babilonio. Dado que la reconstrucción de las fortificaciones de Jerusalém estaba prohibida por decreto, los samaritanos sostenían que habia razón suficiente para derogar el decreto del rey Ciro autorizando a los judíos a iniciar la reconstrucción del Templo.

No obstante, les amedrentaba incurrir en una falsedad que pudiera ser descubierta fácilmente, y más aún las consecuencias que pudieran derivarse si la investigación los indicaba como fuente de origen de la falsedad. Por ello, urdieron una estratagema a fin de que no pudiera hacérseles responsables de las falsas acusaciones. Como la denuncia original estaba escrita con caracteres que empleaban los samaritanos y debía por ello ser traducida al persa, los inicuos sobornaron a los corruptos secretarios del rey que debían vertirla a la lengua del país, a fin de que agregaran las palabras "murallas fortificadas" al manuscrito que se refería al Templo. De tal modo, todo parecería un error accidental de la traducción.

Los dos secretarios que presentaron el documento al rey eran Rajum y Shamshi, este último uno de los hijos de Amán, y ambos unidos por su amargo odio a los judíos. El plan resultó, y así, por obra de las tretas y subterfugios solapados de sus enemigos, se ordenó a los judíos interrumpir la construcción del Templo de Jerusalén.

"...en aquellos días, cuando el rey Ajashverosh estaba sentado sobre el trono de su reino..." (Libro de Esther 1:2)

Tan pronto Ajashverosh se proclamó rey de Persia, resolvió utilizar como propio el trono del rey Salomón que había capturado.
El trono del rey Salomón era el más maravilloso sobre el que soberano alguno se haya sentado jamás. Estaba hecho totalmente de marfil y cubierto de oro, incrustado de rubíes, záfiros, esmeraladas y otras piedras preciosas que lucían con los más brillantes, deslumbrantes y fascinantes matices y colores.

Seis escalones conducían al asiento; cada escalón tenía por objeto recordar al rey cada uno de los seis mandamientos especiales que los reyes de Israel estaban obligados a cumplir.
En ambos costados, sobre cada uno de los escalones, yacían o se erguían figuras de animales de oro puro. En el primero, un leon frente a un buey; en el segundo, un lobo frente a un cordero; en el tercero, un tigre y un camello; en el cuarto, un águila dando frente a un pavo real; en el quinto, un gato y un gallo; en el sexto, un halcón y una paloma. Más arriba, sobre el trono mismo, una paloma de oro sostenía en su pico a un áureo halcón. Al costado, alzándose por encima del trono, una magnífica Menorá o candelabro, de oro puro, decorada con cubetas, borlillas, flores, capullos y pétalos áureos. De cada lado de la Menorá se elevaban siete brazos. En los brazos de un lado estaban grabados los nombres de los sietes padres del mundo: Adán, Noé, Sem, Abraham, Isaac y Jacov, con Job en el medio. En el otro, los nombres de los siete hombres más piadosos: Leví, Kehot y Amram, Moisés y Aarón, Eldad y Medad, y Hur en el medio.
A cada lado del trono habia un sitial especial de oro para el Sumo Sacerdote y otro para el Segan o sacerdote que le seguía en jerarquía; rodeaban a éstos otros setenta sitiales de oro para los ancianos del Sanedrín o Suprimo Tribunal de Jueces. Veinticuatro enredaderas de oro entretejían un inmenso dosel sobre el trono.

Cuando el rey Salomon iniciaba el ascenso de las gradas, se ponia en movimiento un mecanismo especial. Tan pronto ponía le pie en el escalón, el buey y el león de oro extendían una de sus patas para sostener al soberano y ayudarle a subir al siguiente. Desde ambos costados los animales prestaban apoyo al rey hasta que éste quedaba confortablemente instalado en le trono. No bien tomaba ubicación en el sitial, un águila dorada traía la gran corona y la mantenía suspendida, apenas, sobre la cabeza del rey Salomón, de suerte que no le pesara demasiado.
Luego, una áurea paloma volaba al Arca Sagrada y extraía un delgado rollo de la Torá que depositaba en el regazo del soberano, para que se cumpliera el mandamiento bíblico de que la ley estará siempre con el rey y le guiará en su reinado sobre Israel.

El Sumo Sacerdote, el Segan y los Setenta ancianos subían para saludar al rey y se sentaban a oír los casos sometidos a juicio.
Todos los soberanosy los príncipes reinantes de entonces hablaban con admiración del trono del rey Salomón y acudían a su palacio para pasmarse ante sus maravillas y su belleza.
Muchos años después, cuando cierto faraón egipcio invadió la tierra de Judá, capturó este trono maravilloso, pero en el momento en que pretendiósubir a él y apoyó el pie en el primer escalón, el león dorado le dio tal golpe en el muslo que cayó y quedo lisiado por el resto de su vida. Por eso pasó a la historia con el apodo de "El Cojo".
Más tarde, cuando Nabucodonosor destruyó el Templo y subsecuentemente tambíen conquistó el Egipto, llevóse el trono a Babilonia. Más, en cuanto trató de subir las gradas, el león lo arrojo y Nabucodonosor no volvió a aventurarse a intentarlo.

Luego, el rey Darío de Persia conquistó Babilonia y se llevó el trono a Media.
Cuando Ajashverosh, a su vez, trató de subir al trono, también recibió un golpe en las piernas y cayó. Ajashverosh no repitió la prueba. En lugar de ello hizo traer de Egipto a afamados maestros de la mecánica, y se les ordenó construirle un trono similar al del rey Salomón. Durante casi tres años los artesanos egipcios trabajaron en el trono para el rey, y finalmente, lo terminaron. Con este motivo, Ajashverosh dispuso la realización de una gran fiesta.

"En el año tercero de su reinado hizo banquete..." (Libro de Esther 1:3)

Siendo como era, un usurpador, el rey Ajashverosh buscaba constantemente nuevos medios de afianzar su reinado y adquirir popularidad entre sus súbditos a la vez que entre los poderosos vasallos persas que rodeaban su corte.

Uno de los importantes pasos que dio en este sentido fue transferir su capital de Babilonia a Susa, en Persia. Pero aún más importante fue el festín real ofrecido por el rey al pueblo, que se prolongó durante ciento ochenta días, es decir, casi medio año. Invitóse a este festín a representantes de todas las satrapías del vasto imperio, y al término del medio año que duró, el rey preparó una celebración especial de siete días para la población entera de Susa. En esta fiesta, se brindaron sitiales de honor a los hombres más simples cuyos menores deseos eran satisfechos inmediatamente.

Existía una vieja costumbre persa de preparar para toda comida importante una inmensa copa de vino cuyo contenido equivalía a casi cinco octavas partes de un cántaro, que cada invitado debía apurar hasta el fondo. El rey Ajashverosh, ansioso de satisfacer a todos, y no deseando hacer imposiciones a ninguno de los invitados, descartó este hábito. Mas, dijo el Eterno: "Tú, ¡oh tonto presuntuoso! ¿Cómo puedes pretender satisfacer a cada cual? Cuando dos buques navegan en direcciones opuestas, uno en procura del viento sur y el otro necesitado de la brisa del norte, ¿puede el ser humano impelerlos a ambos a la vez por su ruta?...Mañana vendrán a ti dos hombres, Mordejai y Aman. ¡No podrás complacerles a ambos! Tendrás que exaltar a uno y denigrar al otro. Tan sólo D-s puede satisfacer a todos!"

El rey Ajashverosh estaba algo perturbado; pensaba en la reconstrucción del Templo de Jerusalén que había ordenado detener. Se mostraba particularmente inquieto en virtud de que los sesenta años de exilio que predijeron los profetas judíos, se aproximaban a su término. Temía que la restauración del Estado Judío y la reconstrucción de su Templo en Jerusalen pudiera hacer vacilar las bases de su imperio mundial. Por eso aguardaba con ansiedad el fin de aquellos sesenta años.

Según el cálculo de Ajashverosh, los sesenta años del exilio judío acabarían en el año tercero de su mandado. Cuando ello se produjo y nada sucedía, su júbilo no tuvo límites, en la creencia de que los judíos continuarían siendo sus súbditos y no recobrarían el poder y la independencia.
Esta es otra de las razones por las que celebró un festín tan ostentoso. Se sentía seguro y fuerte. Tan seguro y fuerte por cierto, que no vaciló en adornar sus mesas con los preciosos y sagrados vasos del Templo que había apresado el perverso Nabucodonosor.

Asemejanza de los súbditos de otras nacionalidades, también los judíos habían sido invitados a asistir a los festejos del rey. Esto entraba en los planes de Aman, que vio la oportunidad de inducir a los judíos a consumir alimentos trefá o ritualmente impuros, y aprovechar la momentanea ira de D-s contra Su pueblo para llevar a cabo la persecusión y destrucción de los judíos que estaban maquinando.

Mordejai, el gran conductor de los judíos en ese tiempo, se enteró del artero plan y exhortó a los judíos a evitar el palacio y apartarse de la ira de D-s. Aunque la vasta mayoría de los judíos siguieron su consejo, muchos de ellos no lo atendieron y concurrieron al festín. Al descubrir, consternados, los sagrados vasos del Templo sobre las mesas del rey, emprendieron el regreso. Pero Ajashverosh ordenó rápidamente a sus servidores que acondicionaran mesas especiales para los judíos. Estos se tragaron su orgullo y se quedaron para participar de la fiesta, comiendo alimentos trefá y bebiendo vino impuro y divirtiéndose como los demás invitados.

Y el Eterno, en cuya ira había incurrido Su pueblo por desobediencia, decretó en el Cielo que Su pueblo sufriera todo el peso de la persecución del malvado Amán hasta que de todo corazón a El retornase y se salvara.

"Pero la reina Vasti rehusó venir..." (Libro de Esther 1:12)

Sábado fue el último día de la gran fiesta de una semana de duración en el palacio del rey. Mientras por doquier los judíos piadosos descansaban, orando y estudiando la Torá, en el palacio la loca algazara no cesaba. El rey, desatada su lengua por el vino, comenzó a jactarse de sus riquezas, de su vasto imperio, y luego de Vasti, su reina, cuya extraordinaria belleza y sorprendente encanto sobrepasaban al de todas las mujeres. Con la temeridad propia del estado de embriaguez producida por los licores ingeridos, uno de los invitados desafió al rey a probar la exactitud de sus palabras y permitiera que Vasti exhibiera su belleza ante los asistentes. El rey envió inmediatamente por Vasti, su reina, a fin de que compareciera.

En el corazón de Vasti había arraigado un depravado odio a los judíos heredado de su abuelo, el rey Nabucodonosor. Se complacía en atormentar a niños judíos haciéndoles acudir día sábado y forzándoles a cumplir toda clase de tareas degradantes. Cuando el rey envió por ella, exclamó indignada: "¿Debe convocárseme como a una esclava común, como a una mera sirvienta?", y audazmente rehusó cumplir la orden del rey de presentarse en la sala del banquete.

El rey Ajashverosh se enfureció. Convocó a los sabios de sus dominios para dictar sentencia sobre la desobediencia de Vasti. Pero todos temían responder. Todos con excepción de un curo oficial llamado Memujan, el de menor rango de los que estaban presentes. El aconsejo al rey que hiciera ejecutar a Vasti, como si su vergonzoso acto hubiera tenido consecuencias de largo alcance. Y así fue como ejecutaron a Vasti por rebeldía. Pero no es mera coincidencia que Vasti haya sido ejecutada precisamente un día sábado; fue la pena que pagó por el sufrimiento infligido a los niños judíos en el santo día sábado.

"Había cierto judío en Susa..." (Libro de Esther 2:5)

Vasti ya no existía, y había comenzado la búsqueda en todo el reino de una esposa digna para el rey. Todas las hijas bellas del país eran llevadas al palacio para que el rey pudiera escoger a la que deseare por esposa en lugar de Vasti.

En Susa residía un judío muy piadoso y sabio llamado Mordejai, el cual tenía una encantadora y bondadosa prima que respondía al nombre de Esther. Esther había perdido a sus padres, y por ellos Mordejai la había asilado en su casa.

Para la mayoría de los padres habría constituído un raro honor y gran privilegio dar una hija en matrimonio al rey. Pero Mordejai temía la llegada del día en que Esther fuera llamado al palacio, porque sabía que no podría seguir ocultándola mucho tiempo. Al fin, las autoridades supieron de Esther y vinieron para llevarla al palacio real.

El concurso para reemplazar a Vasti se prolongó varios años. Las más hermosas doncellas de las ciento veintisiete provincias del imperio fueron reunidas en el palacio de Susa, para rivalizar por el favor del rey. A todas les fueron brindados los tratamientos de embellecimiento que reclamaron y los atuendos más exquisitos que solicitaron. Tan solo Esther no exigió nada. No obstante, desde el momento en que hizo su aparición en el palacio, encantó a todos con su modestia y recibió múltiples demostraciones de respecto y deferencia. Su belleza irradiaba de su interior mismo, otorgándole una gracia y un hechizo particulares que eran sólo suyos.

Aunque Esther no era en modo alguno la más bella de todas las doncellas reunidas, el rey la prefirió a las demás. Cuando Esther supo que era la elegida, rodeóse de inmediato de fieles servidores judíos que la proveían de alimentos casher o ritualmente puros, y no reveló su condición de judía, porque Mordejai le había dicho que mantuviera el secreto de su ancestro hasta que llegara el día de ponerlo en evidencia. De tal modo, el rey no sabia cuál era la nacionalidad de su esposa. Sólo se sabía que era huerfana. Todos los días Mordejai iba al palacio para obtener noticias de Esther. Consideraba desdichada la suerte que le había tocado a Esther, pero hallaba consuelo al pensar que quizás Esther hubiera sido elegida por D-s por su sincera devoción a El, para ayudar a la nación judía en tiempos de necesidad. Mordejai empezaba a percibir una oscura nube que se cernía sobre el horizonte, anunciadora de dificultades para sus hermanos.

"En aquellos días... dos eunucos el rey...procuraban poner mano en el rey Ajashverosh..." (Libro de Esther 2:21)

Después que Esther fuera elegida reina de Persia, ésta preguntó al rey por qué no había escogido para sí un consejero judío, como habían hecho otros soberanos. Le recordó que hasta el poderoso Nabucodonosor tuvo un consejero judío, el profeta Daniel. El rey replicó que no conocía a ningún judío digno de tal cargo. "He aquí que tienes a Mordejai", dijoEsther, "sabio, piadoso y leal". Y Mordejai se convirtió así en consejero del rey.

Un día, Mordejai oyó en la corte una conversación entre dos de los servidores del rey, Bigtán y Teres. Traslucía de ella que planeaban envenenar al rey a causa de haberlos aquél disminuído de su rango de chambelanes principales y subordinado a Mordejai. Se proponían infundir en todos la creencia de que el rey había estado a salvo mientras ellos cuidaron de él, pero apenas designado en su lugar un judío, ¡el rey era envenenado! Aunque los conspiradores hablaban en su lengua nativa de Tartaria, Mordejai, que por su condición de miembro del Sanedrín estaba obligado a conocer varios idiomas, no tuvo dificultad en entender la conversación. Comunicó el perverso plan a Esther, la que a su vez informó al rey, en nombre de Mordejai. Cuando, luego de su habitual descanso de la tarde, el rey pidió su bebida de costumbre, los desprevenidos servidores Bigtán y Teres le llevaron la copa en la que habían puesto veneno. El tóxico fue descubierto de inmediato y los autores condenados a morir. Por ello, en el Libro real de las Crónicas se dejó constancia que Mordejai había salvado la vida del rey.

 


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